El
16 julio del pasado año, casi dos siglos después de su muerte, los
restos del Libertador fueron exhumados por un grupo de expertos para
investigar las causas de su muerte. En la exhumación participaron 50
científicos venezolanos, quienes trabajaron durante 19 horas para
desenterrar su cadáver, que permanecía sepultado en el Panteón de los
Héroes venezolanos desde el 28 de octubre de 1876.
Sobre la vida del Libertador
Cuando
la Independencia de América comenzaba a pensarse con otros nombres y a
iniciar su recorrido autónomo, nació en Caracas, el 24 de julio de 1783,
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios.
Venezuela era entonces una Capitanía General del Reino de España, en
cuya población se respiraban resquemores por las diferencias de derechos
existentes entre la oligarquía española dueña del poder, la clase
mantuana o criolla, terratenientes en su mayoría, y los estratos bajos
de pardos y esclavos.
Los mantuanos, a
pesar de los privilegios que tenían, habían desarrollado un sentimiento
particular del “ser americano”, que los invitaba a la rebeldía:
“Estábamos (explicaría Bolívar más tarde) abstraídos y, digámoslo así,
ausentes del universo en cuanto es relativo a la ciencia del gobierno y
administración del Estado. Jamás éramos virreyes ni gobernadores sino
por causas muy extraordinarias; arzobispos y obispos pocas veces;
diplomáticos nunca; militares sólo en calidad de subalternos; nobles,
sin privilegios reales; no éramos, en fin, ni magistrados ni
financistas, y casi ni aun comerciantes; todo en contravención directa
de nuestras instituciones”.
Ésta era,
por lo demás, la clase a la cual pertenecían Juan Vicente Bolívar y
Ponte, y María de la Concepción Palacios y Blanco, padres del niño
Simón. Era el menor de cuatro hermanos y muy pronto se convertiría,
junto a ellos, en heredero de una gran fortuna. Bolívar quedó huérfano,
definitivamente, a los nueve años de edad, pasando al cuidado de su
abuelo materno y posteriormente de sus tío Carlos Palacios; ellos
velarían por la educación del muchacho, mientras la negra Hipólita, su
esclava y nodriza, continuaría ejerciendo sus funciones de cuidado.
Entre
los valles de Aragua y la ciudad de Caracas discurrió la infancia y
parte de la adolescencia del joven Simón. Combinaba sus estudios en la
escuela de primeras letras de la ciudad con visitas a la hacienda de la
familia. Más tarde, a los quince años de edad, los territorios aragüeños
cobrarían un nuevo significado en su vida cuando, por la mediación que
realizara su tío Esteban, “ministro del Tribunal de la Contaduría Mayor
del Reino” ante el rey Carlos IV, fuera nombrado “subteniente de
Milicias de Infantería de Blancos de los Valles de Aragua”.
Mientras
esto sucedía, tuvo la suerte de formarse con los mejores maestros y
pensadores de la ciudad; figuraban entre ellos Andrés Bello, Guillermo
Pelgrón y Simón Rodríguez. Fue este último, sin embargo, quien logró
calmar por instantes el ímpetu nervioso y rebelde del niño, alojándolo
como interno en su casa por orden de la Real Audiencia; lo cual sería la
génesis de una gran amistad. Pero ni esto ni aquello de la milicia
fueron suficientes para aquietar al muchacho, y sus tíos decidieron
enviarlo a España a continuar su formación.
Estadía en Europa
Corría
el año 1799 cuando Bolívar desembarcó en tierras peninsulares. En
Madrid, a pesar de seguir sus estudios, el ambiente de la ciudad le
seducía: frecuentaba los salones de lectura, baile y tertulia, y
observaba maravillado la corte del reino desde los jardines de Aranjuez,
lugar éste que evocaría en sueños delirantes en su lecho de muerte.
Vestía de soldado en esos tiempos en los cuales España comenzaba a
hablar de Napoleón, y así visitaba al marqués de Ustáriz, hombre culto
con quien compartía largas tardes de conversación.
En
una de ellas conoció a María Teresa Rodríguez del Toro, con quien se
casaría el 26 de mayo de 1802 en la capilla de San José, en el palacio
del duque de Frías. Mientras Bernardo Rodríguez, padre de la muchacha,
decidía dar largas al compromiso, Bolívar los sigue hasta Bilbao y
aprovecha para viajar a Francia: Bayona, Burdeos y París. Inmediatamente
después de la boda se trasladan a Caracas y, a pesar de los resquemores
que canalizaban los criollos a través de sus conspiraciones, Bolívar
permanece junto a su esposa llevando una vida tranquila. Esto apenas
duraría, sin embargo, pues María Teresa murió pocos días después de
haberse contagiado de fiebre amarilla, en enero de 1803. Bolívar,
desilusionado, decide alejarse y marcha nuevamente a Europa.
Los
acontecimientos en Venezuela comenzaban a tomar aires de revuelta
mientras el caraqueño Francisco de Miranda, desde Estados Unidos y las
Antillas, preparaba una invasión que dibujaba la noción de
Independencia. Ajeno a todo aquello, Bolívar se reúne con su suegro en
Madrid, para trasladarse a París en 1804. Napoleón no tardaría en
declararse emperador de Francia. Este último había organizado una clase
aristócrata, hallada entre la burguesía, que se reunía en los grandes
salones a los cuales asistía Bolívar en compañía de Fernando Toro y
Fanny du Villars.
El todavía joven
Bolívar, especie de dandy americano, se contagia poco a poco de las
ideas liberales y la literatura que inspiraron la Revolución Francesa.
Era un gran lector y un interlocutor bastante interesado en la política
de la actualidad. En esos tiempos conoció a Alexander von Humboldt,
expedicionario y gran conocedor del territorio americano, quien le habla
de la madurez de las colonias para la independencia; “lo que no veo
(diría Humboldt) es el hombre que pueda realizarla”.
Simón
Rodríguez se hallaba en Viena; Bolívar, al enterarse, corrió en su
búsqueda. Posteriormente el maestro se trasladó a París, y en compañía
de Fernando Toro emprendieron un viaje cuyo destino final era Roma.
Cruzaron los Alpes caminando hasta Milán, donde se detuvieron el 26 de
mayo de 1805 para presenciar la coronación de Napoleón, a quien Bolívar
admiraría siempre. Después Venecia, Ferrara, Bolonia, Florencia, Perusa y
Roma. En esta última ciudad se produjo el llamado Juramento del Monte Sacro,
en el cual, en presencia de Rodríguez y Fernando Toro, Bolívar juró
“romper con las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español”.
Evidentemente,
esta circunstancia no nace en Bolívar ni se produce de forma repentina.
El fervor del momento y sus conversaciones con importantes
intelectuales de la talla, precisamente, de su maestro, le hacen
comprender la situación de América respecto a España. Bolívar se entera
de las fallidas expediciones libertadoras de Francisco de Miranda en
Ocumare y la Vela de Coro, y decide emprender viaje de regreso.
La gestación de un ideal
Bolívar
regresó a Caracas a mediados de 1807, tras una corta estancia en
Estados Unidos, para retornar a su antigua vida de hacendado. José
Antonio Briceño, un vecino de tierras y fincas, le esperaba con un cerco
en sus tierras; tal asunto debía resolverse cuanto antes. Las
incursiones de Miranda habían incorporado entre algunos caraqueños el
concepto de la emancipación; sin embargo, la gran mayoría de los
criollos se conformaba con rebelarse pasivamente violando las normas que
se dictaban desde España.
Bolívar ya
se había incorporado a las actividades de la conspiración (en 1808 ya
conspiraba) cuando estalló la revuelta el 19 de abril de 1810. Las
noticias del reino anunciaban la invasión de España por parte de las
tropas de Napoleón y el secuestro del rey y su hijo Fernando. La
situación era propicia para que el conde de Tovar presentara al gobierno
un proyecto para crear una junta de gobierno adscrita a la Audiencia de
Sevilla. Los criollos demandaban participación política. En un
comienzo, las autoridades se mostraron reacias al proyecto, pero,
posteriormente, ante el vacío de poder que se había creado, decidieron
pactar con los conspiradores. Bolívar, enterado de la situación, abrió
las puertas de “la cuadra de Bolívar” para incorporarse en las
reuniones. Se negó categóricamente a participar en el proyecto de la
coalición; para él, debía clamarse por la emancipación absoluta.
En
las vísperas del jueves santo de 1810, arribaron a la ciudad los
comisionados de la nueva regencia de Cádiz, órgano que actuaría en
sustitución de Fernando VII para formar nuevo gobierno. El capitán
general se les unió y al día siguiente los criollos le sitiaron y le
obligaron a dirigirse al cabildo. La mitología venezolana recoge de esta
fecha el instante en el cual Vicente de Emparan, capitán general, se
asoma en el balcón del cabildo de Caracas para interrogar al pueblo
enardecido acerca de la voluntad del mismo a continuar aceptando su
mando, con el clérigo José Cortés de Madariaga detrás de él haciendo
señas con su dedo al pueblo para que lo negasen. Tras un rotundo “¡No!”
por parte de la población, Emparan dice: “Pues yo tampoco quiero mando”.
Estalló la famosa revuelta caraqueña que, sin proponérselo, daba inicio
al proceso de Independencia de Venezuela. Se creó una Junta Suprema de
Venezuela. Bolívar fue nombrado por ésta “Coronel de Infantería”. Le fue
asignada la tarea de viajar a Londres, en compañía de Andrés Bello y
Luis López Méndez, en busca de apoyo para el proyecto del nuevo
gobierno.
En Londres fueron recibidos por el
ministro de Asuntos Exteriores, Lord Wellesley, quien después de varias
entrevistas terminó por mantenerse neutro frente a la situación.
Bolívar, a pesar de ver frustrado el intento, encontró en esta coyuntura
el último empujón que le faltaba para decidirse a entregar su alma y su
vida por la idea de la emancipación absoluta de toda la América. La
pieza clave de esta circunstancia la halló en la figura de Francisco de
Miranda, ideólogo y visionario de la Independencia de América, quien ya
había ideado, entre otras cosas, un proyecto para la construcción de una
gran nación llamada “Colombia”. Bolívar se empapó de las ideas de este
hombre y las reformuló a lo largo de una campaña que duraría veinte
años.
Bolívar regresó a Caracas
convencido de la misión que decidió atribuirse. Miranda no tardaría en
seguirlo; su figura era algo mítica entre los criollos, tanto por el
largo tiempo que pasó en el exterior como por su participación en la
Independencia de Norteamérica y en la Revolución Francesa. Casi nadie lo
conocía, pero Bolívar, convencido de la utilidad de este hombre para la
empresa que se iniciaba, lo introdujo en la Sociedad Patriótica de
Agricultura y Economía (creada en agosto de 1810). Ganados ambos a la
idea de proclamar una Independencia absoluta para Venezuela, instaron a
los miembros de la Sociedad a pronunciarse a favor de ello ante el
Congreso Constituyente de Venezuela, reunido el 2 de marzo de 1811. Fue a
propósito de ello que Bolívar dictó su primer discurso memorable:
“Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana.
Vacilar es perdernos”. El 5 de julio de 1811 el Congreso declaró la
Independencia de Venezuela y se aprobó la Constitución Federal para los
estados de Venezuela.
La primera
República se perdió como consecuencia de las diferencias de criterios
entre los criollos, de los resentimientos entre castas y clases
sociales, y de las incursiones de Domingo Monteverde, capitán de fragata
del ejército realista, en Coro, Siquisique, Carora, Trujillo,
Barquisimeto, Valencia y, finalmente, Caracas. Estaba claro que una
guerra civil iba a desatarse de inmediato, pues la empresa en cuestión
era todo menos monolítica. Bolívar tomaría conciencia del carácter
clasista de la guerra y reflexionaría sobre ello a lo largo de todas sus
proclamas políticas. En esta oportunidad, sin embargo, le tocó defender
la República desde Puerto Cabello. A pesar de su excelente labor
política y militar en defensa del castillo, todo fue inútil; las fuerzas
del otro bando eran superiores, y a ello se le sumaba la ruina causada
por los terremotos ocurridos en marzo de 1812. El 25 de julio se produjo
la capitulación del generalísimo Francisco de Miranda; si bien
necesaria en su opinión, esta acción llenó de ira a Bolívar, quien, al
enterarse de los planes de Miranda de abandonar el territorio, participó
en su arresto en el puerto de La Guaira: “Yo no lo arresté para servir
al rey sino para castigar a un traidor”.
La
estrategia de Bolívar fue entonces huir hacia Curazao, desde donde
partió a Cartagena. Su intención, arropada en el manto de un discurso
deslumbrante, era encontrar apoyo en las fuerzas neogranadinas para
emprender en Venezuela la reconquista de la República. “Yo soy,
granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de
en medio de sus ruinas físicas, y políticas”: con estas palabras
prosiguió el Manifiesto de Cartagena, carta de presentación de
Bolívar ante el Soberano Congreso, en el cual hace un diagnóstico de la
derrota al tiempo que ofrece sus servicios al ejército de esa región.
Los vecinos lo acogieron otorgándole el rango de Capitán de Barrancas.
Bolívar
libró unas cuantas batallas, incluso desobedeciendo órdenes, y bajo el
mismo procedimiento emprendió su arremetida hacia Venezuela. Se inició
en mayo de 1813 la Campaña Admirable, gesta que consistió en la
reconquista de los territorios del occidente del país y en forma
simultánea los de Oriente a cargo de Santiago Mariño hasta entrar
triunfalmente en Caracas en agosto del mismo año. ¡Vuelve la República! A
su paso por Mérida le llamaban “el Libertador”, y con ese nombre fue
ratificado por la municipalidad de Caracas, que le nombró, además,
capitán general de los ejércitos de Venezuela.
La guerra de liberación
Estaba
claro que la naturaleza de la guerra era cambiante, lo cual no tardaría
en demostrarse nuevamente. La astucia con la cual Bolívar intentó
polarizar los bandos a través del Decreto de guerra a muerte de
1813 (“Españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo
indiferentes. [...] Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis
culpables”), no fue suficiente para mitigar las diferencias existentes
entre los ejércitos de pardos y negros frente a la gesta emancipadora.
La furia de los ejércitos llaneros, al mando del asturiano José Tomás
Boves, obligó al éxodo de Caracas en julio de 1814. La República cae
nuevamente.
Había que repensar la
situación. Después de un corto pero victorioso tránsito por la Nueva
Granada es nombrado general de división, y tras lograr la adhesión de
Cundinamarca, capitán general de la confederación de la Nueva Granada,
marcha hacia Jamaica en mayo de 1815. En Kingston se dedicó a divulgar, a
través de una copiosa correspondencia con personalidades de todo el
mundo, la intención de la guerra que se estaba librando en el territorio
de la América meridional. Hasta entonces, el mundo sólo conocía la
versión de los realistas.
De estos documentos divulgativos, el más famoso es la Carta de Jamaica.
En ella reproduce el panorama de todas las luchas que se llevaban
simultáneamente en América, especula acerca del futuro del territorio, y
adelanta la idea de la unión colombiana. Y es que la escritura fue un
capítulo importante en la vida de Bolívar. El poder que ejercía su
pluma, puede decirse, le garantizó gran parte de sus triunfos.
Revolucionó el estilo de la prosa haciendo de su letra el reflejo vivo
de sus pasiones, pensamientos y acciones. Sus amanuenses y secretarios
convenían en que los dictados del Libertador “tenían ganada la imprenta
sin un soplo de corrección”. Desde el despacho de Jamaica preparaba la
nueva estrategia para Venezuela.
La
reconquista de Venezuela tardaría seis años en conseguirse. Las
expediciones se iniciaron en Margarita, continuaron su escalada por el
oriente en dirección hacia Guayana, habilitaron la navegación del
Orinoco en marcha hacia los llanos y, después, por el Ande hasta Boyacá y
Bogotá, y desde el occidente hasta Valencia, para sellar la
independencia definitiva en Carabobo, el 24 de junio de 1821.
Fueron
los tiempos de Pablo Morillo, enviado del ya liberado Fernando VII.
Vencerlo fue tarea difícil, y Bolívar tuvo que emplear nuevas
estrategias de adhesión: proclamó la libertad de los esclavos, ofreció
tierras a cambio de lealtad militar. Obtuvo la lealtad de los ejércitos
llaneros, al mando de José Antonio Páez, vitales en la liberación de
esta contienda junto a un contingente importante de soldados y generales
europeos, británicos fundamentalmente, quienes anhelaban unirse al
Libertador. Simultáneamente, Bolívar se encargó de la reconstrucción
política de la región: convocó un Congreso en Angostura en febrero de
1819, donde pronunció un célebre discurso en el cual instó a los
representantes a proclamar una constitución centralista y la creación de
la Gran Colombia.
El sur se
encontraba en la mira de Colombia, es decir, de Bolívar. La liberación y
adhesión de Quito y Guayaquil resultaba fundamental para mantener la
hegemonía de Colombia en el continente. Ello fue logrado, desde el punto
de vista militar, en la batalla de Pichincha, y desde el punto de vista
político, por las negociaciones adelantadas por Sucre y Bolívar en la
región. La jornada de Independencia, sin embargo, terminaría en Perú con
las batallas de Junín y Ayacucho, en 1824.
El
valor estratégico que tenía la liberación y conquista de este
territorio por parte del ejército Libertador era promover la salida
definitiva de los españoles del territorio americano. Pero, además, se
trataba del triunfo de la ideología bolivariana republicana sobre la
propuesta de construir una monarquía en los territorios del sur,
defendida por la oligarquía peruana y secundada aparentemente por José
de San Martín, “Libertador del Sur” y “Protector” de aquellas tierras.
Ambos libertadores se reunieron en Guayaquil en julio de 1822 con el fin
de tratar éste y otros asuntos relativos a la guerra. Nunca se supo de
qué hablaron, pero el curso de los acontecimientos brinda la evidencia
de un pacto en el cual San Martín cede. Bolívar anhelaba para el Alto
Perú su reivindicación definitiva como tierra incaica frente a la
devastadora clase dominante limeña. En ese territorio, después de la
batalla de Ayacucho se construye una nación con el nombre de Bolívar
(Bolivia). Sucre queda al mando y Bolívar regresa a rendir cuentas al
Congreso colombiano; corría el año 1826.
Los
meses que precedieron la muerte del Libertador en Santa Marta, en 1830,
le significaron a Bolívar la evocación de la memoria de su amarga
derrota política. La trayectoria desde lo alto de la cima del Chimborazo
cuando Bolívar deliraba y se confundía con el “Dios de Colombia” hasta
su renuncia a la presidencia de Colombia en abril de 1830, significó
para Bolívar la lucha por la verdadera construcción de las naciones.
Abogó en todo momento por la edificación de un Estado centralista que
lograra cohesionar aquello que en virtud de la heterogeneidad racial,
cultural y geográfica no resistía la perfección de una federación.
Todo
fue inútil. Las pugnas caudillistas y nacionalistas vencieron y
procedieron a la separación de Venezuela y Ecuador de la Gran Colombia.
Recordaba a Manuelita Sáenz, su último amor y la “Libertadora” de su
vida en el atentado del 25 de septiembre de 1828, en Bogotá; también
evocaba otros amores y otros atentados. Lloraba la muerte de Sucre,
recordaba y deliraba, y así murió, solo y defenestrado de los
territorios que había libertado, en la Quinta San Pedro Alejandrino, el
17 de diciembre de 1830. En 1842 el gobierno de Venezuela decidió
trasladar los restos de Bolívar, según su último deseo. Desde entonces,
su legado ha devenido mito y veneración como “fundador de la patria”.
Fuente Noticia Al Día: http://noticiaaldia.com/2013/12/hoy-se-conmemoran-181-anos-de-la-muerte-del-libertador-simon-bolivar/